Llegados a este punto de evolución y progreso tecnológico podríamos parafrasear la proclama situacionista («Sous les pavés, la plage!», «Bajo los adoquines, una playa») para añorar, desde el diseño gráfico y la funcionalidad, aquellas calles llenas de mensajes efímeros de celulosa y cola, gracias a los cuáles nos enterábamos de tantas cosas. Los muros de las ciudades están hoy vacíos, sin pegadas de carteles ni siquiera por parte de las instituciones para las fiestas. Pero ahí estuvieron. «Tras los muros, un cartel…».
¿Tiene sentido el cartel impreso a día de hoy? Aún existen algunos, que podemos ver en los espacios permitidos como quien ve un lince ibérico, o dentro de grandes campañas de marketing de guerrilla (Netflix es un ejemplo) que utiliza este soporte de papel que antes era de lo más ordinario como algo extraordinario (lo viejo se vuelve nuevo, siempre pasa).
Existen nuevos modelos de comunicación, eso ya lo sabemos. Más accesibles, más versátiles, también más fugaces y con una potencialidad de impacto más relativa. En un mundo en el que vamos por la calle con el mentón pegado al pecho mirando pequeñas pantallitas individuales, ¿es práctico o tiene sentido el cartel en formato A2?
Ahora llamamos «muro» al feed de las redes sociales y hemos adoptado el verbo «postear» a partir de un vocablo inglés para decir que sobre ellos «fijamos» contenido. Podemos hacer anuncios volátiles con una infinidad de posibilidades, incluso animadas e interactivas, pero que se consumen de manera instantánea y masiva. Incluso las marquesinas, por pura mímesis, son ya digitales y emulan estos dispositivos. Esto cambia los códigos, los cánones del género, nos vemos invitados a repensar cómo organizar la información en el espacio y a considerar el contexto como parte del mensaje.
Los diseñadores gráficos por vocación aún nos agarramos a los preceptos clásicos del cartel, por nostalgia y deriva de lo común. Dentro de ese concepto clásico encontramos y disfrutamos con campañas que habitualmente son encargos institucionales para fiestas y celebraciones puntuales que cuentan con el cartel «oficial» como parte del evento: festivales de cine o de música, ciclos culturales establecidos, algunas exposiciones, carnavales o, de manera más castiza, ferias, corridas de toros o la Semana Santa.
Es casos puntuales, debido al éxito de las imágenes creadas para los carteles de sus festividades, se llegaron a crear directorios online donde poder acceder y descargar los carteles en alta resolución, para que cualquier persona pudiera imprimir el cartel en casa y tenerlo como recuerdo. Este tipo de gestos nos dan a algunos esperanza y nos permiten pensar que el oficio de cartelista sigue vivo, aunque quizá no encaje tanto en el contexto urbano en el que vivimos en el siglo XXI, donde se priorizan otro tipo de comunicaciones.
Muchas de las campañas que se prepararon, como las del 8M o la del World Pride 2017, dieron el salto de lo offline a lo online, inundando las redes y haciéndose virales, y la gente ansiaba colgar los carteles en su propia casa como piezas de coleccionismo, llegando incluso a robarlos.
El caso de los carteles propagandísticos, en campaña, va aparte. Esa pegada teatralizada de los elegibles empuñando escobas empapadas en cola a la medianoche ya no tiene otro sentido que el simbólico, por aquello de cumplir con la normativa electoral. Los partidos políticos de hoy ya saben que la batalla no se gana en los muros.
Sin embargo, se siguen diseñando y se siguen haciendo sesiones de fotos, creando eslóganes y empapelando las ciudades al tiempo que los nuevos medios se integran en la estrategia política. Ya hemos visto spots televisivos de propaganda como anuncios en youtube y otras redes sociales, pero ¿veremos carteles electorales animados en las marquesinas en las próximas elecciones?
Mientras tanto, quizás de manera más minoritaria o alternativa, sigue existiendo la cara más artística del diseñador gráfico sacando sus propios encargos y convirtiendo el cartel en un objeto de decoración, casi obra de arte, más que en un medio de comunicación funcional. ¿Podría ser ese el futuro del cartel fuera de encargos, pequeñas tiradas cuidando el papel, las tintas y los acabados diseñados por y para otros diseñadores o como productos cuasi artísticos?
Me gustaría cerrar este post mencionando un proyecto muy interesante desarrollado en Madrid, en la Escuela Brother. «Si vamos a prohibir, prohibamos bonito» es el lema de una acción lanzada el pasado 27 de abril, Día Mundial del Diseño, para sacar del olvido el cartel más metafísico de todos, el cartel que anunciaba que estaba «Prohibido fijar carteles».
La iniciativa parte de la premisa de que la intención en aquel contexto era evitar el feísmo de muchos carteles de antaño, con los que que los diseñadores nos queríamos arrancar los ojos. Por ello, la escuela propuso darle «una nueva oportunidad al cartel más feo del mundo» y recrearlo de diferentes formas, recordándonos que el formato, tras los muros, sigue ahí, en nuestra memoria colectiva.